La Cañada Real es el mayor asentamiento ilegal de Europa, viven 7,500 personas de las cuales unas 2,000 son niños. Familias que viven en chabolas, sin agua corriente o electricidad, en condiciones no dignas y con altas cuotas de delincuencia. Cuesta creer que esto suceda a 5 minutos de Madrid, estando en uno de los 20 países más desarrollados del mundo y una de las ciudades más prósperas.

La precariedad del entorno se agrava en el caso de los niños: la falta de medios hace que lleguen a los seis años a la escuela obligatoria sin haber pisado una guardería, en algunos casos sin saber hablar en español o incluso incapaces de trazar líneas rectas en un papel (¡nunca lo han hecho!). Sin la atención personalizada que requerirían para ponerse al día y sin los medios para continuar sus deberes escolares al llegar a casa (sin luz, sin material ni espacios necesarios para seguir aprendiendo y, en muchos casos, sin una autoridad progenitora que le ponga orden a su vida post-escolar), los niños de la Cañada Real están abocados al fracaso y abandono escolar. Ya sin estudios ni forma de incorporarse en la sociedad, hay una alta probabilidad que cometan algún delito para lograr llegar a fin de mes, lo que hace que volvamos al punto de partida y no tengan medios, tiempo, ni forma de dar a los que serán sus hijos la posibilidad de salir de ahí. Un círculo vicioso de falta de oportunidades acelerado por la pobreza extrema y la exclusión social.

El proyecto Capicúa nace desde la humildad de aportar nuestro granito de arena para darle la vuelta a este panorama tan desolador. Se basa en dar a los que menos tienen, a los últimos de la sociedad, nuestro mayor regalo, nuestro tiempo libre (los fines de semana o entre semana por las tardes), para que tengan más oportunidades y sean más dueños de su futuro. Talleres de alfabetización, apoyo escolar, manualidades, pintura, deporte, trabajo en equipo. Excursiones, campamento de verano y fiesta de navidad. “Madrugones” de fin de semana (¡empezamos a las 11! ¿cómo pueden seguir quejándose de que es muy pronto?), risas y corazones agradecidos (los nuestros, porque los niños nos dejan entrar en su mundo y nos cambian por dentro).
Por eso se llama Capicúa. Porque los últimos son los primeros y los primeros los últimos, porque recibimos lo mismo o más de lo que damos, y porque la solidaridad es horizontal, de igual a igual. Con todas las risas, las broncas, los «porfavores» y los abrazos entre etnias distintas, Capicúa busca gritar al mundo que la dignidad humana no prioriza, no entiende de clases, escalafones o posiciones sociales. En Capicúa no hay más cabezas o colas.
¿Te apuntas?